martes, 27 de septiembre de 2011

Detestas que te hable de relojes y de espejos.
Detestas, por manido,
al tiempo,
a las realidades paralelas,
la carne en estado líquido que se desparrama.
Detestas el amor,
las mariposas a los quince años
aún tiernas.
Detestas la sinonimia voluntaria,
las palabras complejas que se usan por insólitas,
decir ósculo por no decir beso:
eso te enoja.
Detestas, en cierto modo,
lo salvaje:
el olor de la sangre humana,
las cuencas vacías de ojos
o los ojos vacíos de pestañas,
el suicidio colectivo,
la muerte que sublima la ausencia.

viernes, 23 de septiembre de 2011

De otras tristezas.

Si fueras mujer
podría rimarte la boca con las rosas
y todo sería mucho más sencillo.
Podría acogerme a todos los tópicos:
hablar de tu pelo,
de tus ojos,
de tu ombligo,
o de como se mueven tus caderas en la noche.

Si fueras mujer
bastaría, quizá,
con amarte.

jueves, 22 de septiembre de 2011

A veces come sin hambre. Cuando camina usa las dos piernas. Si le pones la mano en el pecho notas como algo le late allí dentro. Duerme con los ojos cerrados y si está despierto no aguanta mucho tiempo sin parpadear. En invierno suele tener más frío que en verano.  Le gusta salir con sus amigos. En ocasiones se siente solo.  Le da pereza lavarse los dientes y sin embargo lo hace.  De pequeño dijo que nunca bebería café.

¿De dónde saldría?

domingo, 18 de septiembre de 2011

La niña de mar.

Estos días azules y este sol de la infancia,
el río que serpentea por las esquinas de tus ojos,
el aroma a rosas de tu boca casi violeta,
las olas del mar en el color arena de tu rostro.

La risa de la brisa que vibra en tu garganta,
la falda corta que vuela sobre tus rodillas,
la noche cálida que duerme sobre tu espalda
y el sol que entre tus piernas brilla.

Nostalgia que no hace tanto aún no era nostalgia
sino tu vida de niña eterna,
con los brazos flacos y la rodillas rotas,
con trenzas en tu pelo de sirena
y que creía oír el mar en cada caracola
cada verano, a cada hora.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Amo a los hombres
como solo se puede amar a las mujeres:
les llamo con nombres pequeños
que huelen a tarta,
y beso sus ombligos de luna llena
como si fueran de media luna.
Los amo
un poco como aman los poetas,
un poco ya sabes de qué modo,
un poco con tristeza.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

El hombre está de pie. Su mano izquierda tiembla sobre su ombligo. Tiene los ojos cerrados, pero sabe que ahí está la sangre. Escucha como cae. Al principio relaciona el sonido con el de un grifo que gotea. Es el grifo de casa de Meme, que siempre fue demasiado pobre. Algo falla en la imagen y el grifo se desvanece. Ahí está su cuñada, de cuclillas en un vater, desnuda y pálida. Algo cae entre sus piernas abiertas. Ahora lo entiende. El dolor húmedo que siente se parece más al de alguien que intenta orinar con cistitis.